La  medida de declarar el Estado de alarma adoptada por el Gobierno ha puesto fin de  modo drástico al plante laboral, decidido el viernes por la tarde por los  operarios del control aeroportuario de AENA, que ha paralizado durante 24 horas  prácticamente todo el espacio aéreo español, afectando a más de 4000 vuelos y a  unas 650.000 personas. 
El paro no parece una inmediata  respuesta al decreto gubernamental del viernes, sino otra vuelta de tuerca,  aprovechando el momento turístico y la coyuntura política, en la pugna que el  sindicato USCA mantiene con los poderes públicos mediante presiones como  amenazas de huelga, bajas por enfermedad y otros ingeniosos recursos para no  declarar huelgas legales (que tendrían como efecto mermas en el salario y  podrían no ser autorizadas). Ardides que han provocado retrasos y cancelaciones  de vuelos en varias ocasiones, la última de ellas, la pasada semana en Galicia. 
La  situación no es nueva, sino que viene de atrás. Acostumbrados a actuar  recurriendo a las amenazas, la intransigencia del colectivo de controladores,  derivada de su reducido número y de su posición estratégica, se ha mantenido con  todos los gobiernos; no ha importado el signo político de quien gobernaba sino  conservar las prebendas, pero ha sido el Gobierno de Zapatero el primero que ha  decidido poner coto a sus pretensiones en un momento en que la crisis económica  hace difícil explicar que se mantengan sus ventajosas condiciones laborales,  que, en parte, tienen su origen en el mandato de Aznar. Así que, tanto Rajoy  como González Pons, harían vienen en guardar silencio. 
En  el Partido Popular, tan predispuestos hacia los deseos de los estamentos  privilegiados, no podían dejar de atender las demandas de esta reducida casta y  legaron a la posteridad un convenio con la USCA que dejaba a los operarios la  gestión de su trabajo -¡autogestión yugoslava!- y unas remuneraciones salariales  astronómicas.
Según  AENA, en el año 2009, el salario medio de un controlador, incluyendo horas  extras, era de 350.000 euros anuales (58 millones de pesetas), aunque más de un  centenar ha llegado a cobrar 600.000 euros (100 millones de pts) y un par de  decenas ha percibido hasta 750.000 euros (125 millones de pts). Un escandaloso  salario para el trabajo que realizan y la cualificación profesional que poseen.  Lo cual explica las presiones por mantener una reducida plantilla, que permite  realizar muchas horas extraordinarias, jugosamente remuneradas para evitar las  crisis de ansiedad que ha provocado su limitación y la rebaja de su  remuneración. 
Acostumbrados  a tocar el cielo con la mano y con una noción corporativa de sus privilegios  como si fueran derechos inalienables -ser controlador es casi como nacer duque-,  los controladores se han resistido a aceptar las nuevas normas laborales  impuestas por el ministerio de Fomento, que, con diversas medidas legislativas a  lo largo del año, ha devuelto la organización y el control de los vuelos a AENA,  ha suprimido la posibilidad de jubilarse a los 52 años percibiendo el sueldo  entero, ha establecido un horario laboral de 1670 horas anuales y un máximo de  80 horas extras, y ha rebajado los salarios un 40%, dejándolos en un media de  200.000 euros anuales (33 millones de pts), que para sí quisieran otros  trabajadores públicos y el resto de la población asalariada de este país. 
Por  ello me llenan de estupor algunos correos que circulan por la red apoyando a los  controladores en nombre de los derechos de los trabajadores. En algunos mensajes  se juzga el plante como una respuesta a la privatización de AENA, se mezcla la  rebaja de sus sueldos con los bajos salarios de otros trabajadores, la pérdida  de sus privilegios con los contratos precarios y se afirma que el Estado de  alarma es continuación de la reforma laboral y una respuesta autoritaria al  derecho de huelga ejercido por los controladores. En su confusión,  equiparan  los privilegios de una minoría con las condiciones  generales de los trabajadores vejados por el capitalismo, metiendo en el mismo  saco los contratos precarios con los de los controladores (blindados) y los  bajos salarios del resto, cuando los controladores ganan más que los ministros,  sus condiciones de vida y consumo no los asemejan a la clase trabajadora sino a  los estratos más altos de los profesionales de la clase media, e incluso alta,  con sueldos (públicos) equiparables a los de altos ejecutivos de empresas  privadas.
Percibo  en los emisores de estos correos una dejación de sus derechos como ciudadanos,  entre ellos el de desplazarse y viajar, en favor de la ocurrencia de un grupo de  privilegiados (¿unos 2000?) para decidir cuando se viaja y cuando no, y una  falta de solidaridad con las más de 650.000 personas afectadas por el plante,  cuyos planes y compromisos se han tenido que posponer o cancelar, sin contar los  casos de verdadera urgencia (no todos los afectados viajaban por vacaciones), la  general pérdida de tiempo y de dinero y el extravío de equipajes, así como falta  de compañerismo con los empleados de las líneas aéreas y aeropuertos afectados  por el paro, que han visto incrementada su carga de trabajo y, naturalmente, su  ansiedad, que no es una sensación exclusiva de los controladores. Y percibo,  igualmente, una dejación de sus derechos como contribuyentes. Es casi seguro que  los autores de esos correos no se hayan preguntado quien paga a los  controladores. AENA es una empresa pública, es decir, de todos (menos de los  firmantes de esos correos, al parecer), y es difícil de justificar que de la  caja (el Presupuesto del Estado) donde se ahorran 426 euros mensuales para los  parados más necesitados, salgan esos sueldazos. 
Pero  esta vez los controladores han ido demasiado lejos, pues se enfrentan a las  medidas que pueda adoptar AENA, a las responsabilidades derivadas de la  aplicación de una legislación de excepción y a las demandas judiciales de miles  de afectados, que, indignados con toda razón, buscan no sólo una mínima  satisfacción sino el castigo de estos irresponsables.    
 

 
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